domingo, 8 de julio de 2007

No hay cosa más terapéutica que ser burócrata. Cada uno de ellos es un(a) personaje en si mism@: el guardia prepotente del banco, la chica de la caja que adora decir "siguiente!!", el tipo del metro y su "detrás de la línea amarilla", y la señora de la boletería del mismo que siente espasmos de tan sólo verle el rostro de uno a las 11 y cinco minutos de la noche suplicando por que le carguen la tarjeta.

Trabajo en una biblioteca, y no existe placer mayor que pedirle el carné respectivo a los usuarios, sabiendo de antemano (con una sensibilidad metafísica que sólo se alcanza estando en el puesto) que quieren llevarse un libro sin dejar ninguna muestra de que existen.... Lo mejor?, que aunque vayan a reclamarle a Yasnita Provoste no pueden llevarse nada sin carné...

Pero hay algo que produce más satisfacción: conocer los laberintos burocráticos. Los de la universidad me tuvieron en vilo dos meses completitos sin poder matricularme (otra historia, en todo caso), pero lo logré con poca plata y un poder de investigación periodística que no logré ni cuando tuve ese ramo. Al final, entrar a la oficina de normalización con el rector al lado, y firmar los papeles en cinco minutos, me hizo sentir exactamente lo mismo que Michael Douglas ametrallando a media ciudad en la película aquella....

La vida es burocracia, y no siempre vamos a tener a Bob Parr dándonos las pistas para poder vencerla. Pero, ¡vamos! ¿Qué sería de nosotros sin burocracia?. Nada, a no ser que queramos pertenecer a la odiosamente feliz familia Ingalls...

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